A continuación os dejo parte del primer capítulo de ambientación, lo que encontraréis nada más abrir el documento final:
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La magia ha muerto.
No es algo que querrías escuchar así de primeras pero es lo que hay. Desde hace dos generaciones, la magia ha dejado de funcionar; ningún objeto, ninguna plegaria, ningún intento de lanzar un hechizo ha llegado a funcionar. Poco se sabe del motivo de aquello pero lo único claro es que sucedió ligado a la extinción de los elfos.
Nosotros ya nos hemos acostumbrado y apenas queda nadie que viviera aquel momento pero las historias narran que fue un tiempo de terror, la incertidumbre campaba por todos lados y las acusaciones no tardaron en separar, aún más si cabía, a los aliados. La guerra siguió a aquella época de caos, una guerra que aún hoy sigue vigente; donde naciones que antaño fueron recordadas por su colaboración, hoy son enemigas acérrimas.
Aquel momento de cambio se recuerda como el Dunkelheit, “la oscuridad”. Poco pudo imaginar la gente que la magia, uno de los pilares de prácticamente todas las culturas del mundo, llegaría a su fin. La magia estaba en todos lados: nos iluminaba por la noche, facilitaba nuestras labores de agricultura, incluso impulsaba nuestras aeronaves y ferrocarriles. Por eso, cuando la magia murió, nuestra vida tal como la conocíamos, lo hizo también. Millones murieron a lo largo del mundo, no todos de una manera directa por la desaparición de la magia, sino como consecuencia por la dependencia que tuvimos hacia ella. La hambruna no tardó en aparecer, llevando a muchas poblaciones a quedar vacías ante la falta de alimento.
La hambruna dio paso a las migraciones, naciones enteras veían cómo sus ciudadanos cruzaban las fronteras en busca de algo que llevarse a la boca, lo que llevó a graves tensiones políticas que desembocaron en movilizaciones militares para impedir esas mismas migraciones. Al desaparecer la magia, lo hizo también la comunicación entre países, pues era común emplear hechizos para coordinar las negociaciones y conversaciones a largas distancias. Con esto, también la comunicación con las tropas sufrió por ello y muchos efectivos desplegados a lo largo de los vastos territorios de cada nación no supieron cómo reaccionar cuando el Dunkelheit sucedió.
La generación que, seguramente, peor lo pasó no fue la de nuestros abuelos, pues apenas pudieron reaccionar ante la situación y simplemente avanzaron, tratando de buscar una solución a aquello. No. Si debo afirmar que alguien lo pasó mal, esos fueron nuestros padres: de niños vivieron los primeros años del suceso, sufriendo la época más terrorífica ante las constantes guerras, hambrunas y migraciones que tuvieron lugar. Pero también porque muchas de las preguntas al motivo del Dunkelheit seguían sin llegar.
Hoy nosotros, los hijos de los hijos de aquel momento, vivimos en un mundo ya acostumbrado a la falta de la magia. Pero cuando pensábamos que lo peor había llegado, llegaron ellos.
Del diario de Tom Landris.
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